El consultorio sin dictador en punto, y uno de los pacientes escribe desde anoche,
va de urgencia queriendo que el doc lo lea, a él y a sus escritos, el papel es él, doblado más aún, y justo pasa eso de que no llega.
Cuando se acumula el paciente siguiente, la ansiedad y la falta de sosiego programada se acrecenta y la impaciente segunda con todas las revistas de chimentos aburriendo sobre ya sé lo qué hicieron (las Vedettes) el verano pasado, rompe el hielo con el poeta y sin darse cuenta, más por urgencia que por confianza, se cuentan un poco.
Ella le pregunta que tiene en el cuaderno, él calla, quizás porque la pregunta debería responderla el cuaderno, pero lo más probable es por timidez o porque ya dijo todo, ojea nuevamente las palabras que le esconde al doc con su boca, pero que la noche le hace escupir en tinta; ella no se puede concentrar sino lee en voz alta, porque en baja le habla alguien más por dentro, el le deja leer a falta de diplomas y su dueño.
Lee, y las palabras reciben al de las once y cuarto, y aún con las palabras generosas con el aire
llega el esposo de la segunda paciente, la que lee. Este no se deja ver, porque no vino a acompañarla, sino a comprobar que las promesas de terapia son ciertas, quiere que sus propios ojos vean que la maldad de ella quiere irse, no confía en ella, ni mucho menos en su voz invisible. El poeta de una noche, no escucha y es el único que ve al único no paciente
la secretaria anuncia otra decena de minutos siendo generosa
nadie escucha, no por la voz en alto, ni las metáforas que escuchaba como el ceceo de quien finje un acento de un barrio mejor que el suyo, cuando aun contestaba el teléfono y del otro lado el jefe aullaba liderazgo "encargate de ellos, no sé cuándo vuelvo, pero no canceles todavía"
dijo desde el celular con cámara sentado en su casa al lado de una mesa de noche, mirando un saxofón, dándose cuenta, o mejor comprobando lo que al despertarse descubrió;
ningún diploma ayudaría más que haber decidido seguir con el Jazz.
No se decide, pero en su consultorio cada uno parece mermar la incontinencia de oídos pagos, porque quizás está oyendo los problemas camuflados de alguien más hundido,
o tal vez porque esas palabras de otro en la boca de otra alrededor de cualquiera, le llegan a todos. Podría ser también, que nadie a visto resultados, ya todo el mundo habló en el diván por largas horas, durmieron de silencio, sin resultados.
Quizás, y es más probable, que afuera están cómodos, porque ya todos, sin conocerse, durmieron con todos, se acostaron con todos, el diván tiene la forma hundida de sus cuerpos
y el cuarto está llenó de cada una de sus angustias.
Sabe que no va a volver a llamar a su oficina, y ahora, ahora odiando la rutina de los problemas ajenos y lo excepcional de la solución propia, aun le queda la primera instancia ante la confusión y lo que deriva, respirar profundo y exhalar.
Llena su diafragma y pulmones de tanto aire como puede, y exhala intermitentemente con las manos en las teclas adecuadas para que la confusión le diga al resto de aire suelto que eso que viene de su vientre es la canción que mas sabia tocar, la que toco con aliento al helado con gusto no muy de su agrado, salvo porque se lo dió en su boca, la boca de la chica que le quitó las palabras y le dió la música, esa chica con la que no se casó, y a la que le prometió seguir loco para siempre, por siempre, hasta que terminara el secundario.
Nunca se acostaron, pero hicieron el amor armando un origami con 5 metros de cartulina usada para el cartel de la directora de vocación académica.
Un elefante con rayas de tigre y un V en la frente, que se fue solitario, como todos los elefantes, a morir en secreto, al cuarto de desechos.
Ahora mientras la memoria muscular y los cigarrillos olvidados, le aciertan cada nota, piensa:
ahora puedo estar en cualquier esquina sin temor a encontrarme con todos aquellos a los que les conozco toda su vida. Ahora, ellos conocerán la mía. Y pasaran de largo citados por su incomodidad.
Hace falta tiempo para detenerse y dejar el miedo... pero quizás, el miedo merece invitación, total, esta hecho de dudas, las dudas son infantes, y a los infantes se los lleva de la mano y uno manda la dirección.
La canción termina, y si fuera más agudo el instrumento, el significado de ella y de tocarla, el de sentarse y no ir, para pararse y seguir, hubiera roto todos los vidrios encima de los diplomas que lo acreditaron para resolver problemas y ganarse vigilias.
Aunque sigan colgados, el suyo va en su cuello, y los demás en la pared.
Las paredes hablan, y dicen que ni un clavo atravesándola la ha derrumbado, la pared habla y el diploma escucha, las firmas en serie para oídos sordos, pero la verdad hace transpirar al papel de buen gramaje y la tinta se derrama borrando el nombre del dueño, y magicamente al igual que lo que pasa en la sala de espera, nadie se va, adentro con el decorado de colores sin riesgo, queda escrito el apodo con el que todos lo conocen, todos, hablando de aquellos que lo vieron llorar y reír, aquellos que lo conocieron cuando aun se negaba a usar reloj.
La secretaria no los echa, ya una frase escrita anoche y ssurrada hace un segundo levantó el valor de su sueldo; no avisa tampoco, porque nadie se lo pidió, pero empaca las 14 fotos de familia y el recorte del protagonista de comedias románticas, empaca todo, graba en un CD su fondo de pantalla y una centena de canciones que resuelven más angustas que una temporada de terapias. Empaca, en fin, porque en 20 años detrás de la puerta y enfrente del aburrimiento, se escucharon las voces de otros, y poco la de él, pero 20 años no es nada para un tango, pero suficiente para hacrele saber que él no va a volver.
(A Mr. Anderson)